Friday 7 August 2015

Mateo

Llevo unos cuantos días dándole vueltas a este post, porque a Mateo le tengo en la cabeza cada día desde que llegué y no sé realmente cómo contar su historia. Tendrá unos 8-10 años (muchos niños aquí no saben su edad, especialmente los pobres) y es epiléptico. Le vimos por primera vez comiendo arroz en casa de las hermanas y preguntamos quién era, y qué le pasaba. Nos contaron brevemente que no se puede hacer nada por él, que está muy enfermo, y además es pobre y huérfano. Vive con su tía, que no tiene muy buena reputación en el barrio, y él nos cuenta cómo le pega al llegar a casa. Es bastante obvio que lleva haciéndolo desde que es un enano, y eso explicaría muchos de sus problemas de lenguaje, atención y movilidad, que no parecen nada relacionados con su enfermedad. Nos llegó tanto el caso de Mateo que hablamos con otras voluntarias que llevan aquí más tiempo para saber qué se podía hacer por él, porque muy bien, le podemos dar un plato de comida o una moneda para ir al mercado, pero va a volver a casa y mañana le veremos con nuevas heridas y golpes y aún más perjudicado que hoy. Las voluntarias dicen llevar ya un año tratando de ingresarle en un centro especializado de la ciudad o al menos conseguirle tratamiento pero está increíblemente difícil la cosa, que si es demasiado mayor, que si es demasiado joven, que si requieren un compromiso por parte de la familia, que si hay que esperar... Al final no ocurre nada, y ahí sigue, dando vueltas por las calles, buscando comida con cara de asustado porque aquí maltratar la discapacidad es, desgraciadamente, muy normal, y no sólo es su tía quien le golpea, sino cualquiera al que le venga en gana demostrar que Mateo es un inútil en esta sociedad -y no ayuda que mucha gente cree que sus ataques son una manifestación de malos espíritus que habitan su cuerpo y tienen miedo a recibirlos en sus carnes... 
Él es la cara de la infancia perdida, esa que no sirve para nada, que no tiene nada y que realmente no pide nada, excepto sobrevivir. El otro día le encontramos a pie de carretera, hecho un ovillo y en medio de uno de sus ataques epilépticos de camino a casa. Me fui a la cama llorando.

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