Tuesday 18 August 2015

Altibajos del turisteo

Ya nos despedimos de Pemba. Nuestros planes no planeados nos llevan a Maputo, la capital, que se encuentra en el sur del país. Es difícil explicar la sensación que me ha inspirado Pemba. Por un lado es un lugar precioso, casi paradisíaco, con playas de arena blanca que dependen totalmente de la marea para existir, gente estupenda y atardeceres mágicos que inspiran nostalgia y violines lejanos.
Pero aún con eso, todo se mezcla con una sensación latente que me incomoda constantemente, y es el creciente turisteo de la zona y sus correspondientes males. La pobreza de muchos se mezcla con el lujo de pocos, y aunque no sea exagerado a primera vista, sí que se vuelve notable a medida que conoces a la gente y escuchas sus historias. La mayoría de las personas que viven y trabajan aquí tienen muchos problemas para subsistir, porque los precios de cualquier cosa se triplican por el mero hecho de comprar en Pemba. A las afueras de la ciudad un saco de tomates cuesta 40Mets (1€ más o menos) y dentro, unos 150 como mínimo. Nos cuentan que aquí mientras el trabajo escasea, las familias siguen creciendo, los hoteles de lujo continúan floreciendo y los precios no dejan de subir. Muchos campesinos vendieron sus tierras hace unos años a las empresas inmobiliarias extranjeras que vieron una obvia oportunidad de negocio por un buen pico pero ese dinero es caduco. A largo plazo, se quedaron sin su modo de subsistencia. Así que más pobreza, más dependencia y más sacarse las castañas del fuego como sea. Desde alquilar tu barquito de pesca para llevar a guiris a ver los corales a ofrecer tus servicios mas íntimos a una señora de bien por una noche. Buscavidas. Se ven muchas personas en la playa pescando moluscos y lenguaditos para luego echarlos al fuego y comer algo ese día, mientras tú estás tirada en la arena tomando el sol sin mas preocupación que no quemarte. Esta atmósfera tan extraña, además de incómoda, provoca que la gente sea más agresiva hacia el turista, que suele estar forrado y algo debe aportar a cambio de destrozar parajes naturales y campos de cultivo para construir chalets de lujo. Es comprensible al fin y al cabo que se presenten más situaciones de acoso al blanco como trozo de carne con pasta que en otras zonas del país. Pemba no es el paraíso porque para variar se han hecho las cosas al revés, y el resultado de esta escalada al lujo exclusiva para los de fuera no podía tener otras consecuencias. Sin embargo, Pemba me inspira una especia de ternura, ya que la situación no es ideal, pero hemos conocido a gente maravillosa, explorado lugares encantadores y vivido el relax de una manera que creo sólo puede sentirse en playas así de auténticas. En definitiva, otro recuerdo precioso que me llevo a mi siguiente destino.

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